El impresor de Venecia by Javier Azpeitia

El impresor de Venecia by Javier Azpeitia

autor:Javier Azpeitia
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
publicado: 2015-12-31T23:00:00+00:00


¿Eh? ¡«El excelente Jenson», como si lo dijera otro! La verdad es que el Príncipe de las Imprentas tenía buenas ideas, no hace falta fatigar los libros en busca de erratas, basta con llenar Venecia de hojas volanderas diciendo que lo haces. ¡Convierten en perfecto el más disparatado de los libros!

Sí, Jenson tenía instinto de negociante, el nuevo rasgo de distinción. Aunque si escarbabas te dabas cuenta de que solo era un orfebre. De hecho, cuando entré en su casa el mercado estaba saturado de libros y a punto de reventar. Tocaba crisis. Y él no estaba preparado.

—No tiene sentido —decía—. No vendemos suficiente, llevo un año sin beneficios. Los venecianos han dejado de leer, son un hatajo de incultos.

Era la oportunidad que estaba esperando para hacerme valer. Yo había vivido ya una crisis con las telas, y sabía que en las crisis, si están bien organizadas, no se vende nada porque falla todo: viene el turco y viene la peste y vienen las tres Marias Madres de Cristo…

Para demostrarle que tenía experiencia en situaciones difíciles, llevé a Jenson de visita. Nos presentamos en casa de los Señores de la Noche, la guardia armada de nuestras calles. El Señor de los Señores nos recibió atareado, en la sede del Palacio Ducal, situada estratégicamente junto a la Sala del Tormento, que estaba en funcionamiento a esa hora.

—Venimos —dije— a pedirte consejo ante los problemas que han surgido en el taller. Estamos preocupados porque hay díscolos entre los menestrales, y queríamos saber cómo podemos protegernos.

Notaba a Jenson retorciéndose en su silla. Me alegré de haberle pedido que me dejara hablar a mí. Resulta difícil mentir mientras se oyen los lamentos de un torturado a unos pasos. Y cualquier viso de contradicción entre los dos habría resultado muy incómodo.

—Haréis bien —nos dijo aquel tipo, afable siempre con quien lo merece— en dejar en manos de expertos la cosa. Deberíais contratar a dos guardias de vuestra confianza para que no se separen de vosotros ni de día ni de noche. Eso antes de tomar las determinaciones adecuadas.

—Bueno, no hay problema en contratar a quien sea necesario. Pero no tenemos a nadie de confianza capaz de hacer ese trabajo.

—En ese caso, lo mejor es que os recomiende yo a alguien. Solo os pido una cosa —frunció el ceño—. Hago esto muy pocas veces. Como son difíciles de manejar, prefiero ser yo el que les entregue el dinero, si no le veis problema. El precio no aumenta: con una mano lo tomo y con otra se lo suelto. Pero así la excepción no tiene visos de convertirse en norma.

—Eso para nosotros es mucho mejor. Una verdadera garantía de que todo se hace bien. ¿Y de cuánto dinero estamos hablando?

—Poco dinero, en realidad. ¿Tres hombres serían suficientes?

—Pongamos tres. Y si vemos que falta alguno, pues lo añadimos luego.

—Con un ducado semanal da para tres guardas.

—Entonces vamos a darles dos ducados semanales —repliqué—. Para nosotros es muy importante la salvaguarda de nuestros artesanos. De los que no son díscolos, claro.



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